jueves, 23 de septiembre de 2010

Espadas y Claveles

De su espada ensangrentada, caían gotas de dolor. Del rojo más rojo. Del acero y el hierro. Por cada batalla ganada con el filo, perdía una con el alma.
A este caballero, le dolía la Guerra. A ése Guerrero, le dolía el dolor. El Dolor, que no era SU dolor. Cada roja gota en la hoja fría, era una espina en su rosa. Los cuerpos dueños de la sangre, ya formaban parte del polvo. Las Almas, del filo.
No era un asesino injusto, era un Soldado. Pero un soldado que entendía lo inútil de una Guerra con espadas, flechas y lanzas. Un esclavo de un mundo violento, donde la fuerza domina la razón. Donde la codicia supera la necesidad. Donde algo parecido al Odio, supera a algo parecido al Amor.
Este Caballero vió los ojos de su próxima Victoria, el dolor del Ser que ya no será. El dolor de un ser, de dos seres, de cinco seres, de cientos de seres, de todos los seres... Vió por primera vez, la resaca de una Orgía de Sangre. Vió que cuando deje el campo de batalla, miles llorarán a los cientos que no están... Esos cientos que sucumbieron, tanto de un lado como del otro, que ya no volverán a la Aldea...
Luego de la última caída, descendió de su Corcel. Se acercó al que cayó. Lo miró y observó 3 niños, una mujer, una casa de rocas, una chimenea, fuego... Todo reflejado en sus ojos. Todo lo que jamás volverá. Una familia despedazada por un capricho del Poder...
Soltó la empuñadura de su Espada... Esa espada tan temida por todos aquellos que escuchaban su zumbido... Esa máquina de cercenar la carne enemiga... Ese pincel de la Muerte... Esa Espada, todavía con la sangre sin limpiar de todos aquellos que sintieron el Infierno de su Frío Filo. Esa misma, se apoyó sobre el pasto humedecido por el rocío.
La cara del Caballero reflejada entre manchas rojas. En sus ojos, sólo se veía un gran hueco negro, helado, sin nada más... Cuando se dió cuenta de lo que veía, algo comenzó a acompañar los ojos muertos... algo brotaba de las cuencas que sus párpados creaban en su rostro... Una gota. Una gota que no era de sangre. Una gota que no era roja, que era transparente, que tomaba el color de su piel, de su cara sucia de barro, pasto, sangre y muerte...
Esa lágrima, seguía camino. No se detenia en sus pómulos, ni en su boca, ni en su pera. Siguió cayendo... tanto que sólo se detuvo cuando estallo en el filo de la Espada, que yacía llena de muerte en el piso...
Se transformó en dos lágrimas, en tres, en cinco, en cientos, en miles... una por cada muerto, una por cada familia quebrada, una por cada guerra, una por cada batalla, una por cada Sol empañado con muerte...
De pronto, las manchas de sangre que nunca limpió, se mezclaban con las lágrimas... Se fusionaban. Mutaban. Tomaban forma... Una forma extraña. Crecía del filo, un tallo, una copa, un cáliz... Hasta formar un Clavel...
Sí. Un Clavel Rojo como la sangre... brotaba del filo de la Espada mientras usaba de raíz la sangre estancada en la hoja...
El Caballero dejó de llorar. Entendió que en sus lágrimas, tenía redención. Que ese Clavel Rojo era la Señal. Que había un mensaje que llevar, que transmitir, que demostrarle a este Mundo deshumano... El mensaje era: Luchemos para Cambiar las Espadas por Claveles...

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